Así como la elaboración del vino fue cambiando a lo largo de los años desde el siglo XVIII a hoy, la arquitectura de las bodegas del Valle Calchaquí también vivió un proceso de evolución según los tiempos.

En los inicios el vino se producía para un autoabastecimiento, en los cascos de estancias, construcciones de adobe y techos de barro. Las construcciones seguían el modelo colonial español de la época “…gran patio rodeado de vivencias de peones, cocinas, depósitos..." “…luego viene una sucesión de otros patios y corrales y por fin, la vieja bodega y la viña ya perdida casi en su totalidad…”

Las bodegas que llegaron a Cafayate y crecieron motivadas por su geografía y clima, fueron desarrollando una floreciente industria vitivinícola en la mitad del siglo XIX. Este desarrollo fue acompañado también por la arquitectura de las mismas. Un ejemplo de estas construcciones es la Bodega La Banda, la que luego de pasar por varias familias se convirtió hasta la actualidad en propiedad de la familia Córdoba y Murga.

Como el general de estas construcciones, ésta creció alrededor de un patio que se cierra en uno de sus lados con la bodega. Sus galerías externas se anteponen a la fachada para una mayor transparencia y liviandad, toda una novedad ante el aspecto cerrado que tenían las viejas construcciones del siglo XVIII.

Los oscuros depósitos donde se depositaban los toneles fueron creciendo como los lagares, con una estética no tan cuidada como la de las viviendas. Los tinajones de cerámica fueron reemplazados por toneles de cedro y algarrobo. Con el crecimiento de la industria surge la necesidad de separar las bodegas de la vivienda.

La industrialización y automatización hizo que los grandes tinajones de barro para fermentar el mosto se cambien por lagares abiertos. Eran receptáculos rectangulares por sobre el nivel del suelo, con escaleras de ladrillos. A mediados de la década de 1980 se revocan interiormente con cemento, y se construyen lagares cerrados por bóvedas de cañón corrido, con una boca en la parte superior para introducir o extraer el mosto.

En la bodega se realizaba la vendimia desde un mes antes hasta un mes después que la mayoría. Como los racimos, que se enfriaban en la noche, una vez transformados en mosto demoraban su fermentación, muchas veces se debía dar un golpe de calor. Para ello se construyeron, debajo de los lagares, cavidades abovedadas, donde se encendía fuego para iniciar el proceso.

Los depósitos de los toneles debían ser ambientes sombreados y frescos, para ello se recurrió a muros anchos de adobe o de una combinación de piedra, ladrillo y cal. Los pisos son de piedra y los techos de cañizo, torta de barro y chapas de zinc como cubierta. El cañizo y la torta de barro son un gran aislante térmico y por su efectividad todavía hoy muchas bodegas mantienen ese sistema.

Afuera de las bodegas se levantaron las viviendas de los bodegueros, que reflejaban el esplendor con sus líneas italianizantes. Paralelamente a este crecimiento se levantan los edificios para oficinas y comercialización del vino a frente a la plaza de Cafayate.

Las formas europeas, con las limitaciones técnicas y los materiales locales, le dieron rasgos mestizos y únicos, como los del torrontés que se producía. Ya con una personalidad marcada, las bodegas continuaron su desarrollo tecnológico, pero manteniendo en su arquitectura en una postura simbólica de la tradición e historia que le da su fama y prestigio.